La Bella Otero en el cuerpo Patricia Guerrero.
El ballet Nacional de España estrenó el pasado 7 de julio en el teatro de la Zarzuela de Madrid su nueva obra: La Bella Otero, según consta en el programa de manos y por declaraciones de su director podría considerarse como una Opera ballet, aunque, desde el espectador pareciera más un espectáculo de revista o una comedia musical que la descripción con la que se presenta.
La Bella Otero fue una mujer que nació en Galicia a mediados
del siglo XIX, de clase muy humilde, pero el destino transformó su vida convirtiéndola
en una afamada artista, capas de conquistar el universo masculino aristócrata
con su belleza y sensualidad. Tanto es así que sus admiradores y amantes la
bañaban de joyas y dinero. Bailarina, cantante-cupletista y artista de
variedades, personaje de la Belle Époque que triunfa en el Folies Bergère.
Para Rubén Olmo «la Bella Otero no era la mejor bailarina,
ni la mejor cantante, ni la mejor actriz. A pesar de ello consiguió ser una de
las mujeres más famosas de su época: retratada por pintores, amante de reyes,
políticos y millonarios, musa de poetas y literatos, se editaron postales con
su imagen, surgieron numerosas artistas que intentaron imitarla…»
La puesta en escena podría entenderse como una biografía
danzada, y se representa tal cual lo que testimonia el programa de manos, en
dos actos con una sucesión de números que relatan un suceso concreto de su
vida. Aquí, la danza y la música prevalecen sobre la personalidad de los
intérpretes. Otero aparece en escena con edad avanzada representada por Maribel
Gallardo y detrás de ella Otero joven y bella, interpretada por Patricia
Guerrero quienes dan vida y son el hilo conductor de toda la pieza que comienza
en la aldea de Galicia durante una Romería y Otero es violada. La escena
muestra el acoso, el acto y el resto bailan muñeiras. Le sigue, el encuentro
con los artistas ambulantes con los cuales se escapa y conoce a su primer amor.
La aparición del mito de Carmen -de Bizet- como paradigma de mujer fatal y
española, la cual se supone, ella – Otero- imita y construye su propia
personalidad y su vida basada en estas fantasías, haciéndose pasar, en muchas
oportunidades, como una andaluza de Sevilla.
En la puesta, la iluminación de estas primeras escenas no
hay cortes o black out, desde la romería en la que ella es violada, la
“salvación” del cura y la huida con los artistas ambulantes no hay ningún
cambio de luz, por lo cual no permite establecer tiempos, todo sucede en
simultáneo, una cosa detrás de la otra. Me pregunto por qué, en este aspecto la
iluminación no crea adecuadamente los ambientes o quizás la propuesta sea que
todo valga lo mismo.
A la sucesión lineal de la pieza le siguen su aparición en
los cafés cantantes, sus giras internacionales, el éxito de París y los
amantes, el casino donde dilapidaba su fortuna y su encuentro con Rasputín.
Verdaderamente, la pieza exhibe un grupo de artistas que ha
trabajado mucho, creando personajes, coreografías y momentos, logrando ser
entretenida, aunque las dos horas y cuarto es demasiando tiempo. Rubén Olmo ha
conseguido algo que el universo de la danza española había perdido desde las
obras de Antonio Gades y es construir un espectáculo en dónde lo que importa es
la obra y no quienes bailan. Se construye de esta manera un relato que sumerge
al espectador en ese lenguaje.
Sin embargo, hay momentos que no logran resolverse del todo y los tiempos son excesivamente largos.
Las combinaciones de estilos de danzas, de pasos, las
dinámicas coreográficas, las diferentes músicas contribuyen a que el espectador
ingrese al universo que se plantea sin hacerse demasiadas preguntas. En
palabras del propio Olmo «en La Bella Otero la danza está al servicio de la
historia. Para contar la vida de esta increíble mujer he recurrido al flamenco,
al folclore, a la danza contemporánea, a la danza estilizada e incluso a otros
estilos fuera de la danza española, en una fusión que, filtrada por mi estilo
personal, me permitiera expresar lo que quería en cada escena y ambiente».
Por otro lado, el uso de atrezzos y los elementos escenográficos
remarcan los lugares o determinan la escena de la cual se quiere hablar, como
en la mesa del casino, el balcón y las mesas del café cantante, o el sillón de
Rasputín. En este sentido los elementos adelantan el relato o se transforma en
algo ilustrativo y la danza pasa a ser un mero decorado.
Los arcos, que hacen de escenografía de toda la puesta, a
veces iluminados y otras no, sumados a las dos lámparas que a veces aparecen
determinando un lugar u otro, no está claro si buscan ser minimalista, o ser objetos
representativos o simbólico o como una escenografía pobre.
La bella Otero es una obra interesante, una obra que hay que
ver, en la cual la danza española vuelve a cobrar vida sobre los escenarios,
sin embargo, en la reflexión final el papel de la mujer que pretende destacar
el director, la reflexión sobre pobreza, violencia y soledad quedan como algo
adyacentes o imaginario, ya que de lo que más se habla es de los amantes que
tuvo.
Si Otero fue una mujer famosa en su época no hay duda, pero
para la danza española no generó ningún aporte significativo, no construyó un
estilo, una escuela, o una pieza destacada, ni nada que haya quedado,
simplemente la anécdota de que alguien proveniente de las clases bajas
conquiste los corazones y las camas de las clases altas, para finalmente morir
en el olvido y de ella solo quedan un puñado de retratos y alguna postal de la
época.
La dirección y coreografía está a cargo de Rubén Olmo, la música de Manuel Busto, la dramaturgia de Gregor Acuña Pohl. Las bellas Otero interpretadas por Patricia Guerrero -como invitada- y Maribel Gallardo -repositora del BNE- y, todo el cuerpo de baile del Ballet Nacional de España, solistas y primeras figuras construyen con mucha entrega y técnica todos los personajes en las distintas escenas.
Podría destacar la labor de construcción del personaje que
realiza Patricia Guerrero, ya que en varias oportunidades aparece con calidades
de movimientos muy acordes a la época y no en la ejecución de una danza
actualizada de este tiempo. Incluso en los momentos en los que canta, los
resuelve con mucha frescura.
Madrid, 10 de julio
2021 / Teatro de La Zarzuela
Foto: María Alperi
(BNE)
Ficha Artística
Dirección y
coreografía: Rubén Olmo.
Dirección musical:
Manuel Busto.
Música: Manuel Busto,
Alejandro Cruz, Agustín Diassera, Rarefolk, Diego Losada, Víctor Márquez,
Enrique Bermúdez y Pau Vallet.
Dramaturgia: Gregor
Acuña-Pohl.
Diseño de escenografía:
Eduardo Moreno.
Diseño de vestuario:
Yaiza Pinillos.
Diseño de iluminación:
Juan Gómez-Cornejo.
Imaginería: Manuel
Martín Nieto
Diseño de sonido: Luis
Castro.
Diseño de cartel: Manu
Toro.
Realización de
vestuario: Cornejo.
Calzado: Gallardo.
Utilería de accesorios:
Beatriz Nieto.
Peluquería y
posticería: Carmela Cristóbal.
Diseño de maquillaje:
Otilia Ortiz.
Orquesta de la
Comunidad de Madrid (ORCAM) y músicos flamencos del BNE.
Músicos invitados:
David ‘Chupete’, Alejandro Cruz y Agustín Diassera.
Artista invitada:
Patricia Guerrero.
Colaboración especial:
Maribel Gallardo.
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